Paolo llevaba cogida de la cintura a una
preciosa morena de ojos verdes. No sabía quién era, pero por su cariñosa
actitud podía suponer de qué significaba para Paolo. No dije nada. Sólo me
acerqué a ellos (cuando Paolo me vio la soltó inmediatamente), me puse frente a
él y le di un bofetón. ¡Qué teatral! Ahora me acuerdo y me avergüenzo de ello.
Tenía que haberle partido la cara directamente a él, y haberle arrancado los
pelos a ella.
Me fui a casa, y lloré mucho. A la noche,
Paolo llegó solo a casa. Fue breve: “Lo siento, Val. Me he enamorado de María.
La conocí en España al llegar, y no he podido parar esto. Estamos casados, lo
hicimos antes de saber que tú estabas embarazada. No sabía cómo decírtelo...
Siento todo esto, de verdad. Te pagaré todo lo que has gastado en la boda, y te
ayudaré con el niño en todo lo que esté en mi mano”. No respondí, le cerré la
puerta. Era un fantasma, un alma perdida. El bebé ya no significaba nada para
mí, nada me haría feliz. Necesitaba olvidar todo, y sólo se me ocurrió una
cosa.
Esa misma noche, escribí una nota a mis
padres y marché al Panteón de Agripa, donde Paolo me pidió matrimonio. En la nota se podía
leer:
“Papá,
mamá, gracias por estos 25 años de vida. Han sido maravillosos, vosotros sois
maravillosos. No os culpéis por esto. Lo siento.
Os
quiero.
Valeria.”

Se presentó como Stephan. Me llevó a su
casa, me sirvió un muy buen vino, y me dijo que no quería hacer esto de malas
maneras. ¿Qué era esto? ¿Qué quería hacer? Hablamos durante un buen rato. Me
dijo que me conocía más de lo que pensaba, que había seguido mis pasos desde
que me vio pintar con mi madre en la plaza del coliseo. Sabía mis
conocimientos, sabía lo que me había pasado con Paolo... Sin conocerlo de nada,
él me conocía a mí al 100%. Me dijo que
dormiría esa noche con él, en su casa, y que disfrutaría de mi última noche. ¿Iba
a matarme? ... No sabía nada. Pero ¡no podía correr! Quería quedarme allí...
Todo me daba igual. Sólo quería que todo acabara.
Cuando me acompañó al cuarto, me dijo que me desnudara y me
tumbara en la cama. Eso no quería hacerlo, pero su voz me obligó a ello. Lo
hice. Casi sin darme cuenta, lo tenía a mi lado, desnudo también,
acariciándome. Me resultaba excitante. Tenía algo que me excitaba, que deseaba,
que me gritaba. Cuando empezó el baile del amor, me dejé llevar. Fue místico,
diferente, maravilloso. Experimenté cosas que jamás había experimentado, y ni
la tripa de seis meses me impidió disfrutar cada segundo. Pero en un momento de
placer, noté cómo algo pinchaba mi cuello. Lo que pasó después fue confuso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario