lunes, 8 de abril de 2013

Vida antes de la Muerte IV


      Paolo llevaba cogida de la cintura a una preciosa morena de ojos verdes. No sabía quién era, pero por su cariñosa actitud podía suponer de qué significaba para Paolo. No dije nada. Sólo me acerqué a ellos (cuando Paolo me vio la soltó inmediatamente), me puse frente a él y le di un bofetón. ¡Qué teatral! Ahora me acuerdo y me avergüenzo de ello. Tenía que haberle partido la cara directamente a él, y haberle arrancado los pelos a ella.
      Me fui a casa, y lloré mucho. A la noche, Paolo llegó solo a casa. Fue breve: “Lo siento, Val. Me he enamorado de María. La conocí en España al llegar, y no he podido parar esto. Estamos casados, lo hicimos antes de saber que tú estabas embarazada. No sabía cómo decírtelo... Siento todo esto, de verdad. Te pagaré todo lo que has gastado en la boda, y te ayudaré con el niño en todo lo que esté en mi mano”. No respondí, le cerré la puerta. Era un fantasma, un alma perdida. El bebé ya no significaba nada para mí, nada me haría feliz. Necesitaba olvidar todo, y sólo se me ocurrió una cosa.
      Esa misma noche, escribí una nota a mis padres y marché al Panteón de Agripa, donde Paolo  me pidió matrimonio. En la nota se podía leer:
Papá, mamá, gracias por estos 25 años de vida. Han sido maravillosos, vosotros sois maravillosos. No os culpéis por esto. Lo siento.
Os quiero.
Valeria.”

      Era muy tarde y la plaza estaba completamente vacía. Saqué la pequeña daguita que había encontrado en casa, y justo cuando iba a acabar con mi calvario personal, alguien salió de las sombras de detrás del Panteón. Se acercó muy despacio a mí. No sabía por qué, pero su mirada me tenía atrapada, no podía correr, hablar... nada. Era un hombre de edad adulta, pero era bellísimo. Tenía unas facciones muy marcadas, con una barba de no más de tres días, con el pelo negro, despeinado, pero perfecto. Era bellísimo, a su manera; la oscuridad que emanaba de su rostro, sus ojos negros, profundos como pozos, y esa mirada penetrante... Hizo que todo mi ser se estremeciera en una mezcla de miedo y deseo. Me cogió la mano en la que sostenía la gada, la quitó de ella, la tiró y me agarró la otra mano. Sacó el anillo de Paolo, y lo tiró también. “Nada de esto te va a hacer falta, Valeria. Tienes mucho potencial que no dejaré pasar. Idiomas, números, arte... ¿Qué persona desaprovecharía algo así? Ahora serás mía, y Paolo será nada para ti.” No entendí nada, pero su voz me incitaba  a seguirlo, a hacer todo lo que me pidiera.
      Se presentó como Stephan. Me llevó a su casa, me sirvió un muy buen vino, y me dijo que no quería hacer esto de malas maneras. ¿Qué era esto? ¿Qué quería hacer? Hablamos durante un buen rato. Me dijo que me conocía más de lo que pensaba, que había seguido mis pasos desde que me vio pintar con mi madre en la plaza del coliseo. Sabía mis conocimientos, sabía lo que me había pasado con Paolo... Sin conocerlo de nada, él me conocía  a mí al 100%. Me dijo que dormiría esa noche con él, en su casa, y que disfrutaría de mi última noche. ¿Iba a matarme? ... No sabía nada. Pero ¡no podía correr! Quería quedarme allí... Todo me daba igual. Sólo quería que todo acabara.
      Cuando me acompañó al cuarto, me dijo que me desnudara y me tumbara en la cama. Eso no quería hacerlo, pero su voz me obligó a ello. Lo hice. Casi sin darme cuenta, lo tenía a mi lado, desnudo también, acariciándome. Me resultaba excitante. Tenía algo que me excitaba, que deseaba, que me gritaba. Cuando empezó el baile del amor, me dejé llevar. Fue místico, diferente, maravilloso. Experimenté cosas que jamás había experimentado, y ni la tripa de seis meses me impidió disfrutar cada segundo. Pero en un momento de placer, noté cómo algo pinchaba mi cuello. Lo que pasó después fue confuso. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario