miércoles, 5 de junio de 2013

Mi Renacer

      Noté que mi cuerpo perdía fuerza, que mi vida se escapaba de mí. Pero cuando pensaba que estaba ya muerta, una gota de vida empapó mi garganta. Estaba mordiendo la muñeca de ese extraño que hacía llamarse Stephan, estaba bebiendo su sangre, porque la necesitaba. Era un vampiro.
      Los días siguientes fueron muy raros. Al día siguiente de mi conversión, entre dolores y expulsión de residuos mortales, mi pequeño bebé quiso salir... pero muerto. No había aguantado la conversión y el propio Stephan tuvo que extraerlo de mi cuerpo. Cuando lo vi, no sentí pena,  sólo repulsión. Era una parte de Paolo, y no lo quería cerca de mí. Empecé a aprender lo que era, y me gustaba. Podía sentir muchas cosas, pero no pena ni dolor por lo que había pasado. Sed, tenía mucha sed siempre, pero Stephan se encargaba de que no me faltara alimento. Era como un padre para mí. Quería olvidar mi vida como Valeria, así que cambié mi nombre por Julia, y mi nuevo padre sería Stephan (un padre con el que copular de cuando en cuando). Vivimos en Roma, con cuidado de que nadie me viera por allí. Pero justo dos años después de mi conversión, lejos de la vida política, convulsa de Europa, en la propia Roma nació un temor. Estaba empezando a morir personas de manera un poco extraña. Stephan me dijo que habían llegado algunos vampiros poco discretos a la ciudad y que aquello nos traería problemas, teníamos que salir de allí. Dos semanas después, ya teníamos todo pensado y planeado. Íbamos a salir a la noche siguiente, así que tendríamos que ir de cacería esa noche. Me enseñó un pequeño truco taumatúrgico para poder desaparecer si era preciso, y lo preparó para mí. Me dio un trocito de espejo y me dijo que si era necesario, que le diera la vuelta. Desaparecía al momento.
      Habíamos saciado nuestra sed, cuando algo nos atrapó. ¿Qué era? No sabría decirlo. 

1 comentario:

  1. Me gusta el detalle del cambio en la percepción y los sentimientos tras el abrazo ;)

    ResponderEliminar